Atalayo antes del alba. Al amanecer los colores y sonidos más Vivos. Llevo a Montero de Nogales, tan joven como elegante. Va descubriendo mundo bajo mi alma. Y mi alma cabalga feliz de poder ser maestro hacia el animal que más me ha enseñado de soñar despierto.
Ha berreado junto a los quejigos de Valsequillo. Patastuertas sigue arrancando alaridos a la sierra para jurar que sigue existiendo, peleando y dispuesto a retar al que a muerte le ordaguee.
Montero de Nogales envela porque una piara de ciervas corretea huyendo de un veleto que aprovecha que el patriarca no las vigila para intentar cortejarlas. El sibilino va por la tangente a conseguir lo que los bravos consiguen metiendo riñones en una pelea que huele a sangre. Mi español se retrota, no le gusta la vela del venado que quiere poseer sin conquistar. Y a mí tampoco.
Asoma Dios por el este y una improvisada tormenta llena de petricor el ambiente. Los venados se encienden con este agua, no sé si por gozo o por necesidad.
Regreso a la casa a echarle un café al cuerpo para comenzar el día. Montero de Nogales regresa a la cerca a procesar las experiencias que le convertirán en un caballo de leyenda. Le duché con agua fría para afianzar sus remos y compensar sudores. Mientras amarrado se seca le doy un sorbo al café portugués que siempre habita mi casa.
El día comienza, los tractores arrancan en las naves para dirigirse a ultimar los barbechos, tirar el abono y, más tarde la simiente. “Siembra en polvo y recogerás en colmo”.
No sé a dónde caminamos, ni qué viene en nuestra dirección. Pero Montero de Nogales y un servidor tenemos una cita con el destino…
Así nacieron los Centauros.
¡No pude haber mejor collera!.