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Primeros de noviembre, por fin las mañanas son frescas, el aire parece mas limpio y empiezan las primeras nieblas persistentes.  Cazábamos una preciosa finca adehesada en abierto colindante con el parque de Monfragüe.

Siempre digo que ir a cazar ya es una suerte, si encima la finca es una joya, como se trataba en esta ocasión, y el puesto nos ofrece unas vistas como las que pude disfrutar este sábado, la suerte es doble.  Sin encima ves caza, la que sea, ya te puedes ir muy satisfecho a casa.  Si encima tienes la enorme fortuna de tener lances, siéntete afortunado.  Si además aciertas, es la culminación, y si encima en animal es bello, es el sumun.  Esa es la verdad de la montería, que muchas veces, el terreno no es precioso, no tienes la suerte de ver caza y un largo etcétera de avatares y devenires que pueden hacer de una jornada montera un día difícil, y aun así, volvemos a casa con una sonrisa en la cara.

En este caso, se trataba de una finca con una urgencia cinegética en la que había que reducir drásticamente la población de cervuno.  Pero nada hacia pronosticar un día como el que la suerte, el destino, la virgen de Guadalupe, o los orgánicos, padrinos de mi familia cinegética, me iban a regalar.

El conocimiento de los orgánicos, Lolo y Jorge, junto con la propiedad, hizo que tomasen la sabia decisión de montar las armadas realmente temprano, las primeras salían a las 06.15 y las ultimas, a las 07.30.  Y cuando digo salir, es montados en el coche con el rezo echado y el motor en marcha.

Me tocó en suerte un precioso puesto en una armada que recorría un riachuelo.  Concretamente, me tocó un puesto a mitad de una escarpada ladera que protegía el reguero.  Frente a mi, un tiradero espectacular, con una amplitud de unos 600 metros de ancho por unos 400 de largo en la parte frontal.  Algunas retamas en la zona cercana y encinas ofreciendo cierta protección a los animales que ojalá pasasen por este impresionante tiradero.

Al poco de colocarme, no serían mas de las 08.00 de la mañana, empiezo a sentir un tremor en la zona mas alejada del tiradero y veo una pelota de cervunos que corren de mi derecha a la izquierda, en diagonal hacia mis puestos vecinos.  Rápidamente encaro mi siempre fiel Modelo 70 y observo por el visor.  ¡Qué espectáculo!  Están lejos de mi postura, no menos de 350 metros, fuera de rango.  El tropel corre desenfrenadamente y decido disfrutar del lance de mis vecinos, esperando que, con los disparos, alguna res cambie de dirección y se dirija a mi postura.  Se suceden los disparos y efectivamente la pelota se rompe y las reses corren en varias direcciones.

Sin entrar en pormenores, tengo la suerte de tener varios lances en distancias que van desde los 100 a los 165 metros.  Pero en cierto momento, veo como varias ciervas corren hacia mi, faldeando la ladera.  Templanza.  Tengo el visor en 7 aumentos y el lance se producirá a poco mas de 40 metros.  No hay tiempo, no puedo dejar de observar a las pepas que corren hacia mi sin haberme visto.  Dos ojos abiertos mientras sigo a las pepas en mi dirección, corro ligeramente la mano y disparo, cae fulminada, rápidamente acciono el cerrojo mientras busco con el visor la segunda pepa.  Una vez localizada, segundo disparo y esta también cae fulminada.  Después de un lance así, poco mas se puede pedir a una jornada montera.

Y sin embargo, lo mejor estaba por llegar.  Tras una breve quietud solo rota por la carrera de alguna res en el viso a lo lejos, siento a mis espaldas un leve crujir de ramas.  Me giro lentamente, y en el punto mas alto de la ladera que tengo a mis espaldas, veo un majestuoso ciervo quieto, observando casi las mismas vistas que las mías.  Automáticamente, me llevo el rifle a la cara, pero al estar en todo lo alto, y yo bien abajo, es un disparo al viso en toda regla. Me desencaro sin bajar la guardia y le observo durante largos segundos. Le observo y le oigo respirar, vigila la dehesa con una majestuosidad que solo tienen estos impresionantes animales.

Tras unos largos instantes, hace un movimiento haca atrás lo que indica que no entrará en la mancha, y sin embargo se lanza hacia abajo permitiéndome un disparo limpio y terminal.  El precioso animal cae fulminado pero le oigo luchar contra la fría muerte y golpear con la cuerna en las ramas.  Desenvaino mi cuchillo de remate y empiezo a subir en su búsqueda, rápidamente recuerdo el consejo de un buen amigo que en su día me dijo “el cuchillo en la funda hasta que tenga que cortar”.  La subida es escarpada y tengo que agarrarme a retamas para poder acceder hasta el venado.  Está herido de muerte, pero aun le queda un hilo de vida en sus ojos que me observan con la quietud de un rey sabiéndose muerto.  De un puntazo rápido, el animal se estira y cierra los ojos produciéndose de inmediato el desenlace.  Me quedo unos segundos mirándolo y reconociendo su nobleza, agradeciendo ser digno de haber dado una muerte honrosa a tan bello animal.

Este venado ha pasado de ser un príncipe de la dehesa a ser ahora parte de mi recuerdo, de mi alma cazadora y a ser uno de los reyes de mi memoria montera.

Llega el fin de la montería y me encuentro al bueno de Momo de Guadalupe, que siempre me trae suerte, y le voy indicando donde yacen las reses.  Es el primero en felicitarme por una jornada memorable y a buen seguro irrepetible.

Al llegar a la junta y la comida, comparto los detalles y siento esa profunda amistad montera del que se alegra por los lances ajenos.  La montería ha sido un éxito por el numero de lances, por haber cumplido con los objetivos de reducir población y sobre todo por las sonrisas monteras que al final son el mejor termómetro.

Una vez mas más mis queridos Jorge y Lolo habéis organizado una montería de las que deberían ser paradigma para el resto, sin lecciones de nada, “simplemente” saber elegir y preparar una mancha con tiempo, cazarla como se debe aunque a priori no sea lo normal y aunar un grupo de monteros que respiran la misma tradición y nobleza que vosotros inculcáis en cada cacería.  Pero además, en esta ocasión, me habéis obsequiado con uno de los lances mas memorables de mi vida y eso es difícil de agradecer con solo palabras.

 

 

PD. En esta ocasión al tratarse de disparos largos empleé un Winchester Modelo 70 en calibre 300 Win Mag con un visor Leica Fortis 2,5-15×56 y munición Hornady Precision Hunter

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