® LXC | LOCOS POR LAS ARMAS
LA INVOLUCIÓN
Queridos locos por la caza. Me uno con ilusión a este proyecto de la mano de su promotor, mi amigo Joaquín de Lapatza, con el que comparto esta maravillosa y sana locura por la pasión cinegética.
He cumplido los cincuenta ¿media vida?. Peino poco, algunas canas. La mayoría van por dentro. Decía Mateo Alemán que “la juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu”. Mi espíritu permanece muy joven, no en vano soy cazador.
Comencé a cazar a los 13 años de la mano de mi abuelo materno, cuando en nuestra patria podían hacerse muchas actividades siendo menor, hoy errónea y paradógicamente consideradas impropias para tal edad, de la mano de nuestros mayores sin que nadie se echase las manos a la cabeza. Así, desde niños recibíamos por tradición, ejemplo y práctica, las enseñanzas necesarias para formarnos como cazadores de ley. Se nos enseñaba en el campo, no en manuales, a entender y conocer a sus habitantes y criaturas, a distinguir a las especies que lo poblaban, a admirarlas, sus procesos vitales, en definitiva a respetar todo ese mágico entorno que tanto nos atraía. Se nos enseñaba el respeto a las armas, su manejo, las normas básicas de seguridad, cuidado y atención, y su uso para cuando tuviésemos la edad de hacerlo. Entre tanto el acompañamiento era más que suficiente, pero cuando el ansiado momento llegaba ya llevábamos el morral repleto de la experiencia. Ojalá algún día vuelva a imponerse la cordura y se vuelva a la senda que nunca se debió abandonar. No soy muy optimista al respecto, la verdad.
Desde entonces no he dejado de hacerlo. Cazar. Cazar es una forma de vida, una manera de conducirse, un cúmulo de sentimientos; es el nexo de unión al entorno al que pertenecemos, la naturaleza. Por eso el que siente la caza de verdad, la auténtica caza -ya hablaremos de ello-, no puede ser ajeno a sentirse partícipe del hogar que nos vió alumbrar hace aproximadamente 100.00 años, y de ahí al deseo ferviente de formar parte del mismo. La caza auténtica nos permite mirar a lo más profundo de nuestro ser, nos permite escarbar en las entrañas de nuestros vitales instintos, que nunca nos abandonaron, pese al paso de los siglos, pues nacimos para ello, para dar caza y evitar ser cazados.
Por eso cada vez que pisamos la sierra, el monte, el bosque, el llano, la ladera, cada vez que respiramos su aire fresco, cada vez que nos extasiamos con sus colores, sus olores, su belleza, nos sentimos en casa, nuestra casa, y repudiamos oficinas, despachos, hormigón y asfalto. De ahí nuestra necesidad de seguir yendo contra viento y marea, de estar allí el mayor tiempo posible, en lo que realmente, quitémonos la careta, nos gustaría fuese algo perenne. Por eso, cuando volvemos a la cruda realidad, sentimos que algo no va bien, que nos han robado el regalo. Porque sí, nuestra casa, la naturaleza, es el más hermoso de los regalos que hemos recibido jamás, somos y formamos parte de ella.
Cazadores del siglo XXI, tenemos el deber, la obligación, de estudiarla, conservarla, respetarla, transmitirla. Tenemos la obligación de conocer en profundidad las especies a las que perseguimos, su ecología, su etología, su fenología, su anatomía, sus costumbres, sus ciclos vitales. Tenemos que aprender a cazar y a cazar bien. No todo vale. Cierto que no podemos abstraernos a la evolución de los acontecimientos, al avance de los medios técnicos, pero sí podemos paliar sus efectos si son nocivos, si podemos dominarlos e incluso no emplearlos si el ventajismo es tal que destruye el sentido de lo que hacemos. La caza real no es un video juego, cobramos vidas animales, sólo podremos defenderla antes sus múltiples detractores si somos capaces de volver a los orígenes, esos que en gran parte nunca debimos dejar – la lucha de igual a igual- y que nos asaltan ante tanto despropósito como observamos, incluso entre nuestra propia grey.
Demostrar el profundo conocimiento del medio allí donde sea necesario, el respeto profundo por la pieza abatida, su aprovechamiento después de haberla cobrado. Todo ello es vital para, ante nuestro entorno mayoritariamente urbanita, dar una respuesta satisfactoria a las múltiples cuestiones y objeciones que se ciernen sobre nuestra actividad predatoria.
Es necesario, a fecha de hoy hay que involucionar. Lo digo en esta tribuna con el corazón en la mano. Respeto, mucho, pero no puedo compartirlo todo. Si no volvemos al inicio, si no reducimos nuestra excesiva ventaja, estaremos dando las últimas bocanadas de aire. Seremos, de alguna forma, cómplices de la extinción de la pasión que llevamos muy adentro. La caza. Nuestra caza.
Ramón Menéndez-Pidal.
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