La caza y yo
LXC | Locos por la Caza. By Ramón Menéndez Pidal
LXC | Locos por la Caza.
La caza y yo
No puedo evitarlo. Soy cazador.
Cada día que pasa soy más consciente de ello y muchos indicadores me ratifican en esa verdad que no puedo soslayar ni aunque quisiera.
Ser cazador implica la intensa observancia de lo que nos rodea, una observancia sosegada y ávida a la vez. Implica prestar atención al movimiento ajeno paralizando el propio. Ese condicionante nos suele llevar a nos ser bruscos en nuestra manera de actuar, a saber escuchar con atención, a percibir lo que otros no perciben. Y, además, esa condición nos persigue fuera del ámbito espacial en que practicamos la caza, más allá del idílico lugar que consideramos nuestro paraíso, la naturaleza.
La impronta que el ejercicio de la caza auténtica deja en nosotros, tiene tanta fuerza que transciende las barreras de lo puramente venatorio y nos forja con una personalidad diferente que nos acompaña allí donde estemos sin poder desligarnos de la misma.
Es curioso, y bonito a la vez, comprobar como la esencia del cazador rezuma fuera del que sería su ambiente natural. Así, pese a que otros nos vean como unos psicópatas insensibles, capaces de quitar una vida sin vacilar, por mero capricho dicen, debajo de nuestra piel fluye una corriente sensible que nos permite, amén de admirar, respetar y querer con sinceridad a los animales a los que damos caza, valorar circunstancias vitales con una serenidad y fortaleza fuera de lo común, sin perder un ápice de la carga emocional que, per se, puedan transmitirnos. La templanza es una de las virtudes que indudablemente se adquiere con la práctica de la caza y, sin lugar dudas, es una buena virtud.
De hecho, admitimos, más que nadie, la dura crítica, y no porque tengamos que disculparnos por nada, sino porque, paradójicamente, nuestra esencia de cazadores, salvajismo que de contrario se nos imputa por absoluto desconocimiento, nos confiere una actitud en líneas generales pacífica, labrada en el esfuerzo, la lucha y las penurias que la práctica venatoria nos propone y obliga a padecer. Diría que nuestro aguante ante tan virulento acoso ha sido proverbial y nuestra justa respuesta absolutamente pacífica, exigiendo únicamente respeto. A la inversa, no existe reciprocidad. ¿Quiénes son los salvajes?
Disfruto intensamente de cada paseo, ya sea en el entorno urbano (cada vez más colonizado por fauna ajena a este medio) o en el rural. Aunque mi ejercicio no sea la caza en ese momento, mis cinco sentidos siempre se encuentran alerta para localizar, analizar y transmitir en el momento más inesperado la información precisa del entorno que me rodea, y soy tremendamente sensible a todo lo que allí acontece.
Seguro que la gran mayoría de los que se ensañan con nuestra concepción de la naturaleza y de su aprovechamiento y disfrute, jamás han percibido la presencia de un “pico picapinos” en pleno Paseo de la Castellana, o se hayan fijado en las múltiples “lavanderas norteñas” que beben en nuestras fuentes o pueden distinguir el ulular del “Autillo” en El Viso madrileño entre ruidos de vehículos y el bullicio de la ciudad, quizá… son incapaces de identificar a unos y otros, y simplemente les llamen pájaros, igual no sientan ni la mitad de alegría que siento yo al sentir su presencia; un mundo cargado de sentimientos que desconocen de plano. Sólo se quedan con lo peor de los que podríamos transmitirles y enseñarles.
Reconozco que no puedo evitar coger los puntos con la mente a las torcaces, tórtolas, azulones y otras especies que vuelan en el entorno urbano. No puedo dejar, cuando conduzco, de mirar por el rabo del ojo para localizar a los corzos ramoneando en los linderos del bosque en su unión con las praderías y siembras, cuando busco a los conejos y perdices en las isletas periurbanas y en los taludes de las autovías y autopistas. No puedo evitar sentir una enorme satisfacción cuando los hallo, y no necesito robarles la vida en ese momento, simplemente me apodero de su dulce imagen que me acompaña durante el camino.
A la par, vibro con el trasiego de las distintas aves insectívoras y granívoras en sus quehaceres vitales, catalogo en mi mente las distintas especies de insectos que me salen al paso , admiro la belleza de los animales del orden superior en su entorno natural, respiro el aroma de la hierba fresca en primavera, soporto con firmeza el grave calor del estío, me sobrecoge el ruido de los árboles azotados por el viento a mediados de otoño y lleno mis pulmones de aire fresco en el frio invierno, y todo ello configura mi esencia y me convierte en lo que soy. Un cazador pacífico y sensible a su entorno, que traslada esa actitud tanto a las relaciones humanas como a las que busco y entablo con el resto del orden animal y vegetal. Y todo ello es compatible con la caza.
Me sorprende cuando los acérrimos enemigos de la caza encuentran en la palabra “asesino” y “violento” el símil con el vocablo “cazador”, ¡cuán grandísimo desconocimiento! Les invitaría a participar en cualquier encuentro entre un grupo de cofrades de San Huberto, y a concurrir a cualquier modalidad de caza con ellos. Allí no respirarían odio ni violencia alguna, más bien todo lo contrario. Camaradería, compañerismo, buen humor, risas, cumplidos, bromas…felicidad. Tan sólo he presenciado un par de discusiones, y no agrias, en el ya largo trayecto de mi vida como cazador. Jamás presencié, vi, ni encontré, violencia en partida de caza alguna. Por el contrario, respiré respeto y mesura en infinidad de ocasiones.
La simple conducción de vehículos genera una inusitada violencia desconocida en la práctica de la caza. He visto llegar a las manos a personas completamente normales que de nada se conocían por una mera incidencia circulatoria. He presenciado y padecido actitudes violentas en un estadio de fútbol que se han generado por un banal comentario, y han terminado en una auténtica batalla campal entre iguales, y por ello, nadie, aboga por la supresión definitiva de la conducción y del cierre de los estadios de fútbol.
Por supuesto que, como en la práctica de toda actividad humana, en la caza hay indeseables sujetos que cometen todo tipo de tropelías y barbaridades empujados no sabe por qué desenfrenado y dañino impulso. Cierto que la caza no es una excepción a esa regla. Pero no lo es menos que la inmensa mayoría de cazadores repudiamos y condenamos sin paliativos su indebida actitud, y somos los primeros en solicitar que recaiga sobre los mismo el peso de la Ley con toda la dureza necesaria.
Esas actitudes son completamente ajenas al mundo sano de la caza que practica la grandísima mayoría del colectivo de cazadores españoles y, sin embargo, con una desmesurada inquina se nos tacha a todos de asesinos y violentos. No parecen tener mucho tino los que se irrogan el derecho de juzgarnos tan severamente. Menos aún se encuentran legitimados para convertirse en gratuitos jueces y verdugos de nuestros sentimientos, despojándonos impunemente de los mismos.
Comprendo que no sea fácil entender por quién no vive lo que nosotros vivimos la práctica cinegética. Respeto la discrepancia. Pero si puedo afirmar, por experiencia vital propia, que la caza es absolutamente compatible con un profundo amor a la naturaleza y a los seres que la pueblan. La caza camina de la mano de la más tierna sensibilidad en muchos aspectos.
No se puede definir con palabras el ánimo que nos empuja a la práctica venatoria; pero si puede definirse con ellas el sentimiento que su práctica genera. Y ese sentimiento es noble, calmo y lícito.
Yo no escondo que soy cazador, como no escondo mi pasión por el conocimiento profundo de la naturaleza y de los seres vivos que la componen y el profundo respeto que tengo por ellos. Y no oculto que la caza nos lleva a matar animales de las especies que son consideradas cinegéticas. Y tampoco oculto, creo que ningún cazador debería hacerlo, que no sólo cace porque la caza sea una gran herramienta de gestión ambiental, que lo es, o porque reporte grandes recursos económicos a zonas desfavorecidas, que los aporta, o porque contribuya con tal actividad al control necesario de especies que generarían en otro caso graves problemas sanitarios, ambientales y de seguridad para nuestra propia especie, que contribuyo, ni incluso porque considere que la carne de caza sea una excelencia digna de ser apreciada por el más exigentes de los gourmets, que lo es, por lo que como todo lo que cazo,…no, no sólo por eso cazo.
Cazo porque al hacerlo siento que mi vida cobra una dimensión de extraordinarias proporciones al fundirme con el entorno que nos vio nacer hace miles y miles de años, al permitirme ser partícipe de las leyes inmateriales que regularon desde el principio la convivencia entre los pobladores de esta aún bella tierra nuestra, cazo porque lo necesito para vivir y porque al hacerlo siento, siento profundamente….
Cazo porque al hacerlo me siento profundamente libre. Sentimiento de libertad que otros quieren injustamente cercenar dejándolo cautivo.
“La libertad, Sancho es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron de los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que pude venir a los hombres”. Sabias palabras D. Miguel….
Cazo para ser yo, un tipo normal, ajeno a las horrendas imputaciones que unos tiranos psicológicos pretenden atribuirme e imponerme.
Ramón Menéndez-Pidal.
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