Siempre me atrajo esta palabra. Desde pequeño. Porque no sé exactamente qué significa. Viene a rezar que es la conjugación de métodos físicos, químicos, filosóficos o esotéricos para trocar las cosas en oro. Es, en resumen, convertir en metal divino lo que se toca. No porque el oro sea bueno o caro, sino porque es un metal finito. Y si metiéramos todo el que existe en el mundo en un lugar concreto no ocuparía más de una piscina olímpica. Hay que ver lo que se aprende en el campo para los que de pueblo somos…
La naturaleza es alquimista, porque con sus volcanes en erupción crean tierras fértiles en pocos años. Al fin y al cabo para la Sabia Madre el tiempo no existe. Pero la naturaleza lo que toca lo mejora, si no es en nuestro tiempo, es en el tiempo venidero. Pero a ella no le echa un pulso ni el mismísimo Hacedor porque prefiere estar a bien con ella, ya que es su hermana la soltera que a buenas es la mejor y a malas te amarga una bandeja de torrijas. Como dicen en mi tierra a las solteras: llámalas guapas y guíñales un ojo, porque te harán todo lo amable del mundo o todo lo malo del infierno. Y esa soltera no es más que la propia esencia del campo. El entorno salvaje mimado por los hombres para hacerlo más sostenible. Sí, sostenible, porque sin él nada de lo que conocemos existiría, ni las dehesas donde se crían recias bellotas, ni las rañas donde el azor puede cazar, ni las vegas donde la hierba es más tierna o los olivares donde el zorzal o la perdiz comen o anidan según les venga.
Qué buenas cosas puede hacer el hombre… Y qué terribles también. Porque si existe algo increíble es subirte a un peñón a ver amanecer, admirar un venado berreando o los ronquidos de los gamos que hasta parecen cochinos en una montanera. Qué hermoso es ver los pollos de perdiz ya hechos, los gabatos gallardos que corren más que un zagal que ha roto una ventana de un balonazo. Qué maravilla ver el relevo del otoño verdeguear que deja atrás al estío polvoriento y ambarino que también ha guardado su belleza al pasar por un regato y brindarte una bocanada de poleos en el frescor de una ribera.
Hasta la muerte es bonita en la naturaleza. Porque la muerte de unos es la vida de otros. La otra mañana Talibán bufó como una fiera porque le llegó el hedor tras unas junqueras; junto a ellas había una utrera fija con su belfo en el matojo. El becerro que parió hace dos días y que andaba mohíno no había superado la prueba e, inmóvil, yacía ciego de vida y reluciente por los lametones que su madre le brindaba para espabilarlo inútilmente. Y digo yo que el instinto de las hembras en el campo no debe distar mucho del de una mujer que ha perdido a su vástago. Quizá no tendrán los mismos sentimientos, pero admiro la capacidad de superación y recuperación que la naturaleza nos muestra. Un hombre se rompe un dedo y va a un hospital. Un jabalí pierde una pata de un balazo y, si no le caga la mosca, pasa penurias, pero vuelve fiero a la vida. Qué listos somos y qué débiles a la vez…
Tomé nota del crotal del becerro para venir más tarde y que un camión lo recoja porque la administración, con su criterio que huele a moquetas y cables, le dice al ganadero lo que tiene que hacer con un choto cuando en muchos casos esos creadores de leyes no saben ni lo que tarda en parir una vaca, ni la diferencia entre un chaparro y un Seat Ibiza.
Pero bueno, sigo con mi caballo en mi paseo diario. Y los vi, porque es el temor del campo en tiempo de berrea. Flameando sus alas en un sopié. Ellos no son malos, son meros delatores de la muerte; un bando de buitres leonados y negros se agolpaban sobre un cadáver. Salí a galope para desvelar lo que me temía: un gran ciervo, decapitado, ocupaba el rastrojo donde horas antes andaría con ansias de amores. Analicé la situación, vi las huellas y hasta localicé el lugar desde donde los dos bastardos le dispararon. Y es que el furtivo es el cáncer de la caza. Y no hay peor decoro en un paisaje que ver un venado sin cabeza y con toda su carne en los huesos porque implica que sólo quieren su par de cuernos y explica que es la vanidad de algunos hombres la que les lleva a juntar trofeos para demostrar que, cueste lo que cueste, les importa tres cojones el campo, la caza y quién es la ramera de su madre y cual de los nueve cabrones es su padre.
Les sigo la pista, pero ya ha caído un poco de rocío por lo que las huellas son de esta noche. Pierdo el rastro porque el suelo está duro. Y cuando uno es un poco listo no pasa por los valles de arena fina para no dejar trazas… Porque para ser malo hay que ser un poco inteligente.
No hago más sangre del tema. Pero llego a casa y veo a los pajarillos comiendo los restos de dos melocotoneros que han dejado caer sus frutos ya demasiado maduros. En mi mente dejo un rato de descanso para que los buitres limpien el campo de las miserias del hombre. Y me avergüenzo de ser humano cuando se ofende a la naturaleza de esta manera. Si se hubieran llevado dos lomos hasta lo entendería. Pero esto, aunque real, no me permite sentir más que un odio sempiterno.
Ducho a Talibán y espero a que se seque para que no se revuelque. Me acompaña un café -el tercero de hoy- y me quito las botas para ir al ordenador y comenzar a batallar con ellos -con los corbatillas de la administración-. Un venado berreó a pocos metros, quizá dando los últimos coletazos a esta brama que deja paso a la ronca. Parecía que me quería decir algo mientras mi corazón les deseaba lo peor a aquella collera de sinvergüenzas. La Naturaleza, siempre implacable, me gritó en este amanecer: la venganza es mía, así que tú sigue tu camino.
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