® LXC | LOCOS POR LA CAZA
Homenaje a Carlos
Ley de vida. Unos llegan y otros se van. Los hay que se van sin dejar huella y los hay que dejan una impronta bien marcada.
Hoy me gustaría recordar a una de esas personas que fueron creciendo en mi y que estoy seguro ha ido dejando huella allí por donde ha pasado. Tras un arranque poco alentador, terminé por entender ese magnetismo que generaba en otras personas.
Amigo tardío de mi padre, ya bien entrados los dos en las 7 décadas de recuerdos, de historias, de alegrías y de vivencias. Formaban un trío singular: Antón, Carlos y mi padre. Cada uno aportaba su carácter fuerte, forjado en momentos duros de la historia de este país, de esfuerzo, de tesón y de gallardía.
Por un lado, Antón aportaba el buen saber de quien ha pateado mucho campo con y sin escopeta, conocedor de querencias, de olfato y vista casi perrunos, de ánimo incansable, pausado y sereno. Lo podríamos definir como un cazador “técnico” en los aspectos de su gran capacidad de observación, de medir las posibilidades, de perseguir las presas, de no precipitarse, de elegir el equipamiento apropiado sin renunciar a las ayudas de las nuevas tecnologías pero sin enturbiar la naturaleza del lance y de la “lucha entre el hombre y el animal”.
Por otro lado, y objeto de mi recuerdo hoy, estaba Carlos. Tradicional en su forma de cazar pero no salvo de “disrupción”. Fuí conociéndolo a trompicones, a ratos. Recuerdo la primera vez en la que mi padre nos presentó. Después de una mañana de paseo por el monte, estaban sentados en la terraza, dando cuenta de un vino blanco acompañado de un ligero picoteo. Mi padre me lo presentó y Carlos, muy en su estilo, me soltó 2 o 3 frases cortantes que por respeto a la edad y amistad de mi padre, respondí con una mueca/sonrisa. Al marcharse, mi padre me preguntó, ¿qué te ha parecido Carlos? Barrunté unos segundos y opté por la sinceridad extrema: me ha parecido bastante gilipollas. Mi padre sonrió y no dijo más,
Paso un año, o quizás mas, y no volví a cruzarme con Carlos. Ese mismo año, aprovechando la cercanía de la media veda, Antón, Carlos y mi padre habían organizado un día de “avistamiento” y paseo por sus dos cotos. Acepté la invitación con la reserva de volver a encontrarme con Carlos, pero un día de campo es un día de campo. Lo recogimos a primera hora y durante el viaje en coche, pude escuchar a los 3 conversar. Me dí cuenta por sus comentarios cortantes y broncos quizás en nuestro primer encuentro sus comentarios no eran especialmente dedicados ni a mi, ni a mi “juventud”. Recordé un clásico del cine, “La entraña pareja” y me dí cuenta que Carlos me recordaba al talante del enorme Walter Matau. De hecho, los 3 componían un sorprendente trío, un extraño trío.
Al emprender el paseo por el campo, me percaté por primera vez de una costumbre muy suya, pasear con unas “sandalias” de cuero, sin calcetines. No dije nada, pero me llamó bastante la atención y para mi, quedan como su seña de identidad “cazadora”.
El día transcurrió de manera muy entretenida y con varias anécdotas para contar. Sin darme cuenta, su forma de ver las cosas y de expresarse, me fue resultando no solo graciosa si no atrayente. Bronca, directa, sin frenos ni disimules.
Pasó el tiempo, y en otra “aventura” juntos, nos quedamos a solas Carlos y yo. Sin previo aviso me embistió con una pregunta directa al mentón: “¿sigues pensando que soy un gilipollas?”. No puedo describir lo que pasó por mi cabeza en microsegundos… desde la constatación de la “traición” de mi padre por revelar nuestra conversación, el pensar ¿cómo salgo yo de esta?… contesté no sin cierto titubeo: la verdad es que mi primera impresión fue esa, pero… no, no lo sigo pensando. Al finalizar la frase, le miré a los ojos y su cara describía una mueca de guasa y sonrisa a medias. Y es en ese preciso momento en el que me dí cuenta como se las gastaba Carlos y caí rendido a ese estilo gruñón pero con poso de cariño.
Sin duda amante de la caza, del campo, de saber que hay que esforzarse para recoger frutos. Sin prisas, pero sin pausa. Dueño de sus horarios y de sus costumbres. Merecedor de homenaje y recuerdo, estoy convencido que ha dejado un gran hueco en su familia y sus amigos. Desde luego, el “extraño trio” sin duda lo echará de menos. Y yo, también. Al final, el “joven” que quizás fue gilipollas, fui yo.
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