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Dicen las Sagradas escrituras que todos tenemos un Ángel de la Guarda encargado de protegernos ante la adversidad. No le ponen forma ni cara… Ni nombre ni color. Si quiera está probado que todos tengamos uno… Pero confieso haberlo visto.      

Mucho se ha hablado y poco se ha dicho. Mucho elucubrado y poco esclarecido. Demasiado comentado y pocas veces vivido en directo: el agarre de un tremendo cochino, de esos viejos y macabros, que sabe más por rabioso y por truhan de lo que sólo las desdichas de la sierra son capaces de concentrar en seis arrobas de mala leche.

Soltamos un puñado de recovas en Palacios una dehesa en tierras del Lazarillo de Tormes. Me adelanté a dirigir las sueltas de las otras rehalas, justo subido en una piedra desde donde el espectáculo, doble espectáculo es. Di la orden de “Perros al monte” y liberaron colleras mis fieles Goyo Repilado y Borja Salicio, hombres con casta y delantales bien puestos. Hoy vamos a pie, el caballo lo tengo lejos de aquellos lares, en un día antes de la Nochebuena donde el sol brilla como pocas mañanas me han alumbrado. O sería el Ángel de la Guarda que cada uno llevamos y que, en mi caso, tiene agujetas de sacarme de todos los líos…

Fue todo fugaz, como fugaz es todo en la vida. Pues a pocos metros de mis botas, bajo unas retamas en la misma suelta, el cochino intentó huir a contramano, como la típica estampa mil veces vista de un gran animal pasando junto a los coches el día de la montería. Pero aquella mañana todo se le puso bien, porque los tres primeros perros que dieron con él los convidó a sendos navajazos que en el sitio los dejó. Y huyó con toda la mala leche cuando uno sabe que se juega los solomillos entre dos docenas de podencos… los perros iban ciegos de sangre, pero el cochino en campo abierto es doblemente peligroso porque no se anda con medios días. Se revuelve como un azor en pleno vuelo. Es de esos marranos arochos y rengos que me recuerdan al típico gitano fibroso, delgado y tuerto, colmado de tatuajes y cicatrices, de esos que mantiene la mirada firme y desafiante dispuesto a echarte las tripas a un canasto en menos de lo que tarda en santiguarse un cura loco… Oigo el tremendo barullo producido por el tremendo encuentro, colmado de locuras, sangre y alaridos. Goyo está lejos y desde la distancia aprecia que la situación se puede poner muy comprometida. Por la radio me impera:

¡Polvorilla, corre o los mata!

No me avisó por valiente, pero sí por veloz. Volé bajo al barullo. Analicé la situación donde el agarre estaba cuajándose y dos jóvenes allí presentes no eran capaces de meterle las uñas al verraco. Le habían visto sacudir y es humano estar prudente ante tan macabra situación… Pero cuando se está dentro de las adversidades es tarde para ser cauto. Desenfundé con todas mis ganas dispuesto a matar o morir, la única fórmula para vencer a uno que es mucho más fuerte que tú…

Como en el boxeo, hay que abrazarse al contrario para evitar ser golpeado. Y si pegas, pega dispuesto a partirte el hombro, codo y muñeca. Si entras a rematar, entra con toda la firmeza que aguanten tus 200 pulsaciones por minuto. Le metí el primer rejonazo, donde pude, buscando el corazón… Sintió el acero y se rehízo, y ahí fue donde se giró hacia un podenco… La mano izquierda sin soltar las crines es lo que me agarra a la vida o a la muerte, pero nunca bajo ningún concepto, le puedes dejar ir. Los perros aprecian mi amparo y se lanzan de nuevo dándome la oportunidad de salir intacto de la bronca. Ahora o nunca Polvorilla…

Subí a su lomo apretando rodillas como si estuviera domando un potro loco. El acero lo endoso hasta los gavilanes, sin parar de moverlo para darle la muerte más rápida y limpia posible. Fueron milésimas de segundo. Milésimas de verdad… Pero una vez metido en el laberinto ha de darte igual vino blanco que tinto… En pocos segundos todo terminó.

No fue el único agarre de la jornada, sí el más espectacular. No es ni bueno, ni ejemplar, es simplemente un agarre. Pero si has de acudir a rematar debes ir con paso corto, vista larga y mala leche. Pues en esos momentos eres tú o él. Y en tu fiereza y fijeza está la opción de salvar a los valientes.

Seguimos cazando con ilusión pues el día no podía estar más hermoso. Animando a los perros me fueron llegando uno por uno a lamerme las manos en señal de agradecimiento. No puedo menos que emocionarme…

¡¡Pobres diablos… agradecido yo pues ese día no tuve un Ángel de la Guarda… eran dos docenas que ladraban y caminaban sin alas…!!

M.J. “Polvorilla”

 

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