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Cuántas imágenes estamos viendo estos días de encierro de animales que se dejan ver ya con todo desparpajo en el interior de las grandes urbes que nosotros habitamos. Los moradores de la naturaleza, que comparten con nosotros su uso y disfrute, simplemente están ahí, esperando su oportunidad, porque la naturaleza no es más que eso un enorme espacio con coste de oportunidad.

Ante nuestra repentina retirada los animales salvajes no se han hecho esperar para ocupar nuestros espacios, nuestro urbanizado nicho. Y no puede sorprendernos. Aprovechan la oportunidad, como nosotros lo hicimos en tantas ocasiones, en busca de nuevos recursos con los que alimentarse, de nuevos territorios que colonizar. Si les diésemos el tiempo suficiente acabarían durmiendo y criando en la jungla de asfalto. Resulta que las predicciones contempladas en más de una cinta cinematográfica de ciencia ficción se cumplen en la actualidad, me viene a la mente aquella estrenada en 2012 dirigida por Francis Lawrence con Will Smith de protagonista “ I Am Legend” (Soy Leyenda) en la que los ciervos campeaban a su anchas por la derruida New York ¡tras un cataclismo mundial provocado por un virus!. Esto que vemos no es una peli, es la inatacable realidad.

Un diminuto e invisible ser vivo nos ha arrinconado en nuestras uras, nos ha robado la libertad y nos ha encarcelado. Nuestro lógico temor es aprovechado por aquellos que no lo tienen por no estar afectados por la pandemia. El terreno que cedemos es aprovechado por nuestros más variados compañeros de viaje que no han dudado ni un instante en ampliar sus dominios mostrándonos los que sucedería si nos retirásemos definitivamente.

 Jabalíes, venados y corzos campean a su anchas por el centro de las más pobladas urbes al haberlos “desconfinado” de las zonas periurbanas en las que, mal que bien, admitíamos su presencia. Zorros, osos, rapaces, anátidas… han irrumpido en las pantallas de nuestros móviles paseando alegremente por nuestras calles recordándonos que siempre estuvieron allí, gozando, para mayor INRI, de una libertad que, nuestro invasivo mundo humano se ha emperrado en limitar debido a nuestro éxito reproductivo y nuestra superioridad de ingenio, lo que nos ha conducido a querer controlarlo todo… esa libertad que ahora tanto envidiamos.

Es posible que la propia naturaleza se revele ahora contra nosotros, como lo ha hecho con otras especies que alcanzan sobrepoblaciones en determinados lugares, poniéndonos en nuestro sitio, o también, es posible, que nuestro desmesurado afán por fiscalizarlo todo y por manipular la obra natural haya generado un monstruo de impredecibles consecuencias para nuestra propia especie. ¿Aprenderemos alguna vez?. Soy escéptico al respecto. Pero no así a comprender que el poder de la naturaleza hace que la vida siempre siga adelante. ¿Os váis?, volvemos libremente, no están diciendo.

Si hace unos pocos años alguien nos hubiese dicho que íbamos a ver corzos paseando por el acueducto de Segovia o a jabaíes transitando por calles centrales de Madrid, le hubiésemos tomado por un chiflado. Pero la realidad se impone. Ahí están, recordándonos el poder sin fin de la naturaleza que los cazadores tanto admiramos y amamos.

Nuestra marcha ha supuesto su inevitable retorno. Inevitable porque la vida siempre se abre camino, sólo está ahí agazapada a veces esperando su oportunidad. Y si se cuela por la rendija más pequeña que encuentra, ¿cómo no iba a hacerlo por la puerta grande?. Poco ha tardado en demostrárnoslo. En muy pocos días hemos asistido al retorno de los animales salvajes a zonas que ocuparon no hace tanto tiempo, aunque nosotros creamos que ese entorno, per sé, dadas sus características, deba ser hostil para ellos. Y está claro que no lo es. Si les dejásemos espacio libre acabarían tomando los ascensores de los grandes rascacielos.

Lo que los desventurados no saben es que nuestra retirada es sólo temporal, y que volveremos, desgraciadamente tras padecer cantidad de dolorosas bajas. Pero se adaptarán a nuestra vuelta como siempre lo hicieron, demostrándonos la enorme versatilidad del resto de las especies y que nos somos los únicos con afán de expansión. A los que amamos el campo y sus habitantes debería llenarnos de esperanza y de satisfacción esta demostración vital. No podremos doblegarlos jamás, pese a la brutal exigencia que los desmanes de algunos de nuestra especie se empecinan en imponerles.

Ojalá consigamos esa necesaria armonía que nos permita vivir con ellos en orden y concierto respetando las leyes que por encima de otras nos gobiernan a todos.

Supongo que su desconcierto debe ser tan mayúsculo como el nuestro. ¿Dónde estarán? se preguntarán…. Aquí chavales, de espera, como lo estabais vosotros, aguardando el retorno.

 

Ramón Menéndez-Pidal

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