Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuantas veces habremos oído eso de que la vida puede cambiar por un simple chasquear de los dedos e, indefectiblemente, siempre tenemos la sensación de que eso nos resulta completamente ajeno. Pero cuando eso llega, y llega, el éxito de superar ese cambio sólo reside en la fuerza interior y confianza que tengamos en sortear la dificultad que se presenta o en afrontarla con la decisión y gallardía suficientes para revertir el batacazo y convertir la desolación en esperanza.

Jamás, sinceramente, pensé vivir una crisis como ésta que ha revolcado los cimientos de nuestras vidas desbaratándolo todo poniendo en “cuarentena” las más esenciales, si no todas, de nuestras actividades ordinarias.

Y no es fácil sobreponerse al miedo, a la incertidumbre, al desasosiego, a tomar decisiones drásticas y rápidas que pueden suponer un cambio existencial inmediato propio, hecho que se agrava cuando, además, existan personas dependientes de tu vida (esposa, hijos, empleados).

¿Como afrontar con serenidad el riesgo cierto a enfermar, el perder la libertad casi total de movimientos, el no poder ni tan siquiera estrechar la mano de los que te rodean, abrazar a los que quieres, comunicarnos en la distancia estando tan próximos, salir con desconfianza a la calle para comprar lo necesario para subsistir, no poder acudir al trabajo o perderlo irremediablemente?. Algo impensable en nuestro acomodado mundo occidental hace pocos días. Pero la realidad se impone con toda su crudeza sin respetar las “castas” humanas que hemos creado por la disponibilidad económica de cada uno, por el nivel cultural adquirido, por el entorno social en el que cada cual haya nacido. Cuando llega un elemento ajeno que ataca a todos por igual, todo se tambalea y el pánico puede hacer mella en cualquier parte. Es el momento de hacer de tripas corazón, de sacar lo mejor de nosotros, de sumergirnos en nuestro interior y tirar de aquello que siempre nos hizo ir hacia adelante.

A cada uno le servirá una cualidad humana diferente. La confianza, la esperanza, la entrega, el valor, lo que sea, pero nadie podrá superar emocionalmente tanta quiebra sin mirar hacia adentro para dar lo mejor hacia afuera. Dentro de tanta desgracia hay que encontrar el lado positivo. La posibilidad de reanalizar nuestras vidas y priorizar en lo realmente importante. Abandonar tanto humo y tanta mascarada y valorar muy seriamente lo esencial, lo que hasta hace muy pocos días dábamos por hecho por creerlo garantizado. En ello estoy. Un tiempo para pensar con calma, de hecho, todo ese tiempo del que tanto cacareamos constantemente carecer. Dentro de la magnitud de la desgracia un presente tantas veces requerido.

Mi instinto de cazador un día antes del bloqueo definitivo me hizo conducir a toda mi familia al campo. No fue una decisión sencilla, mucha tensión, demasiada, mucha incertidumbre, demasiada…. Pero llegamos, creo que siendo enormemente afortunados por ello, y un rayo de luz atravesó las tinieblas en las que todos andábamos sumidos.

Respirar aire puro, ver las montañas, contemplar el fulgor de las estrellas, introducirnos en una explosionante primavera, ajena a la enorme y desgraciada crisis en la que estamos inmersos, maquilló el pesar de todos y tímidamente, poco a poco, volvió a nuestros corazones esa ansiada esperanza que nos mantiene en pie.

El sentimiento de cazador me está acompañando estos días ayudándome a superar esta enorme dificultad. Acostumbrados como estamos a bregar con la dureza del monte, un no sé muy bien qué, que está ahí dentro, me conforta.

Planeaba yo, infeliz de mí, este mes de marzo dedicarlo a ir al coto a controlar corzos para la próxima apertura en el mes de abril. Tenía una enorme ilusión en ello. En ir con mis hijas prismáticos en mano y echar allí algún rato simplemente mirando, simplemente oliendo, simplemente oyendo. Pero no, la caza, importantísima faceta de mi vida, también ha sufrido el parón. Se acabó hasta nueva orden. Como si me cortaran un brazo. Sin embargo, he encontrado en todas mis vivencias anteriores, en la infinitud de recuerdos, un motivo más para seguir adelante, un bálsamo para no caer en la tristeza. Tantos encuentros gratos, gratísimos, tantos buenos momentos, tanta camaradería con los amigos, tantísimo disfrute, pese a haber sido cercenado de un plumazo ahí están, me acompañan desde el mismo momento en que se fueron fraguando y no se han ido.

Tirar de los buenos recuerdos vivir de ellos en esta inesperada etapa de mi vida me está permitiendo algo que de ordinario no suelo hacer, echar la vista atrás, pero con verdadera calma, y comprobar como mi personalidad, mi concepto de cómo vivir este regalo que se llama vida, se han moldeado muy significativamente por la importante influencia que en ellos han ejercido tanto mi profundo amor por el campo y la naturaleza y mi enorme pasión por la caza.

Sin su arropo en absoluto sería quién soy ahora.

Aunque confinados en un espacio de terreno, desde mi encierro puedo observar el campo y la montaña. Busco a diario los visitantes que vienen al jardín cada día. Tras la nevada caída veo a través de mi ventana una pareja de colirrojos tizones que andan enamoriscados buscando lugar para construir su nido cumpliendo con su instinto vital que año tras año, primavera tras primavera, les conduce a formar un familia. Esta mañana me ha despertado un picapinos martillenado en una viga de la casa, el año pasado lo destrozó todo el muy …. Hoy he salido para animarle a abandonar el predio. No ha hecho falta, según me ha oído a volado raudo hacia el pinar próximo. Las hormigas empiezan a recorrer sus sendas, muchos insectos se dejan ver, y tras ellos, para darles caza veo a la primera salamanquesa de la temporada. La vida sigue su curso, me lleno de esperanza. Todo ha florecido, las mimosas, los narcisos, el viejo cerezo cuyo fruto jamás llegaremos a recoger pues mis alados amigos dan buena cuenta de ellos antes de tiempo.

Por suerte cogí los prismáticos en el último momento y cada día, como el adusto capitán Ahab, no cejo durante un buen rato de registrar la ladera del cerro que me mira impasible, cuyas trochas tantas veces he recorrido en compañía de mis perros cortando rastros, y que ahora estoy imposibilitado de hacer, en busca de los cochinos de vuelta al encame, y sigo soñando a cada trago de monte que me bebo por el calidoscopio de mis gemelos con encontrar su silueta rememorando los cientos de lances vividos.

 Algo nuevo renace en mi interior, la promesa de un futuro lleno de paz y oportunidades que me permita seguir vagando por la senda de mi vida en estrecha comunión con la venatoria. Mi perro está a mis pies mientras escribo estas líneas que me sirven de profundo deshago ante la tremenda ola que ha puesto patas arriba todas nuestras seguridades. En sus ojos ambarinos vuelvo a encontrar como tantas veces una paz que creía perdida. Él sabe que está de parón, como yo, pero se lo toma con calma, con mucha calma. Me dejo embrujar por su dulce mirada de cazador y sueño confiado, junto con él, en volver a salir juntos al monte…, una vez más.

 

Ramón Menéndez-Pidal.

Share This