El sol deja escapar sus últimos rayos por detrás de la cadena montañosa que desde mi atalaya diviso a placer. Nunca saqué, ni sacaré, una entrada mejor para ningún espectáculo. La magia de la naturaleza, su descomunal belleza, no tiene parangón con nada que pueda ofrecérsenos. Cines, teatros, óperas, eventos deportivos, no son sino una humilde simulación del gran espectáculo del mundo que es la naturaleza, donde las películas, las actuaciones, los cantos, las carreras y persecuciones, las interpretan seres que nacieron para ello, sin impostar absolutamente nada, sin tener que contentar a nadie que previamente haya abonado una buena suma de dinero por ello.
Su guion no está escrito ni inventado por nadie, su guion es la vida misma, impulsada simplemente por el halo del Creador. Por eso es tan real, realmente es la realidad suprema y por eso nos atrae y conmueve tanto, por eso despierta en nosotros todas las sensaciones que somos capaces de procesar, alegría desbordante, melancolía, satisfacción y decepción, arrojo y miedo, ternura y dureza, vida y muerte, alfa y omega.
Nada tan bello, nada tan sublime, nada tan duro y cálido a la vez. La vida y la muerte se dan la mano constantemente en un juego sin malicias, ni malas intenciones, sin pesambres ni rencores, sin aprovechamientos injustos, sin maldad de tipo alguno, simplemente discurren en un baile armónico magistral, dónde el director de orquesta son las justas leyes naturales existentes sin necesidad de modificación alguna desde el albur de la vida, millones de años atrás.
Su discurso permanece inalterable, no necesita remiendos, ni transposiciones de otras normas gestadas por el único ser que le dio la espalda a la realidad, para intentar modelarla a su antojo, hace ya demasiado tiempo.
El actor de esta secuencia de hoy hace por fin acto de presencia en el escenario, es viejo, canea por la jeta y se mueve con actitud felina. Lento, sin hacer ruido, se toma su tiempo en el escenario, sabiendo y conociendo su papel como nadie. No necesita de apuntadores.
Dos largos años lleva esquivándome con maestría, esa que los lleva a hacerse viejos, y yo… dos largos años aprendiendo de sus evoluciones, estudiando sus movimientos, disfrutando de sus ardides y artimañas para librar la pelleja. Una escuela de vida, de vida pura y real.
Tras dos horas de nueva lucha, se aleja de nuevo victorioso, ufano, en silencio, como vino. Pese a haber comido salvó la vida, pues siempre lo hizo frontalmente, sin quitarle la cara al peligro, como los valientes, que diría mi amigo Lolo. La saeta no volará esta noche tampoco.
Él se sabe presa y yo predador, y practico en su entorno el vitalísimo juego de la caza, bailando al tiempo del temple y la paciencia, al de la sinrazón y la cordura, al del agotamiento y la superación. Y otra vez le veo alejarse perdiéndose entre las sombras socavando mis ansias de acariciar su hirsuto lomo, a la par que incrementa mi admiración y amplia mis conocimientos. Y mi ser rebosa de placidez y armonía por poder sumergirme en las tablas y formar parte de su mundo, nuestro bello y salvaje mundo. Un mudo que algunos ignorantes pretender bañar sólo de rosa. Es tarde, el sol cayó hace horas…hace frio y no recuerdo haber comido
Jamás se aprenderá estos en los libros, ni en los medios, ni en las redes, ni en los YouTubes, Facebooks y Twitters…. se aprende en la escuela del mundo real, tras una inmersión a pulmón, en caída libre.
A los que no nos comprenden, los respeto. A los que no nos respetan y nos criminalizan desde los cómodos sillones de sus casas imbuidos de una ideología que se mueve entra la distonía con la realidad y la tiranía, sólo animarlos a que pasen y vean, que es gratis, pero con ojos sinceros, sin condicionantes previos, sin adulteraciones sentimentaloides, sin ñoñerías, sin memeces, sin querer ver lo que no se puede ver… y que después opinen, no antes, ¡el mayor espectáculo del mundo está servido.! Y este espectáculo no es una comedia circense, es la primigenia verdad que fraguó nuestra humana naturaleza.
Que lo disfruten…y aprendan algo…real.
El rojo en este mundo, como Teruel, también existe y se derrama día a día… para que todos puedan vivir en armonía.
Ramón Menéndez-Pidal
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