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(Artículo publicado en la revista Trofeo en Mayo 2022)

Ya desde pequeño yo tenia una pasión por las armas.  Todas las navidades, mi carta los reyes magos incluía siempre alguna escopeta de juguete, un rifle o alguna pistola “de vaqueros”.  Durante esa infancia veía la figura del cazador envuelto en una cierta mística: los admiraba por ser hombres resistentes a la peor de las tormentas, sin miedo, capaces de encontrar a cualquiera si se había perdido en el monte, de entender la naturaleza y saber sobrevivir de ella respetándola.

Recuerdo cuando veía las armas de caza con una mezcla de respeto y atracción, como algo intocable y que solo podría acceder a ello si me convertía en cazador.

Concretamente había dos armas que me producían una atracción especial.  Una de ellas era la escopeta de mi padre que ya reposa en mi armero, siempre limpia y engrasada y que cuando la saco, la disfruto de manera especial.  La otra, era el rifle de mi otro abuelo.  Con el había abatido ciervos, jabalíes, corzos y machos monteses.  Este rifle, al que se referían como el “Mauser”, era aun mas intocable ya que nunca me dejaban encararlo, ni tan si quiera tocarlo.

 

De mi abuelo, paso a su hijo, mi tio Carlos.  Siendo yo adolescente, éste si me permitía tocarlo y hasta alguna vez limpiarlo.  Recuerdo que me parecía pesado pero compacto.  Pasaron los años y mi tío falleció y la ultima cosa de la que nadie se acordó era del rifle.  Sin embargo, ese recuerdo de niñez me acompañaba a lo largo de los años.  Casualmente hace unos meses, hablando con una de mis primas, Marta, pregunté por el rifle y resulta que mis primos, que no son cazadores, lo habían mantenido guiado y guardado.  Lo que son las cosas de la vida, lo fácil hubiera sido entregarlo a la Guardia Civil y de ahí se habría subastado o destruido y perdido para siempre, y sin embargo, algo le llevo a uno de mis primos, a Javier, a sacarse el permiso de armas y preservarlo.

Finalmente, hace solo unas semanas, el rifle llegó a mis manos.  El momento en el que se abrió el armero y vi la funda de cuero ya cuarteado, inmediatamente reconocí ese objeto de deseo y admiración infantil, el “máuser” del abuelo.  Al sacarlo de la funda y tenerlo en las manos sentí una especie de cosquilleo, casi eléctrico, sentí la conexión de la sangre y a la vez, un sueño cumplido.  A lo largo de mi vida, he tenido en mis manos centeneras de armas, de todos los tipos y precios, y sin embargo, este rifle despertaba en mi una sensación nueva y distinta, una mezcla entre orgullo y emoción.

Una vez guiado y en mi posesión legal, lo primero fue hacer una limpieza superficial, fijándome en cada arañazo, cada marca, cada ángulo del rifle.  Limpio y reluciente, me puse a investigar sobre el arma.  La acción es Mauser 1893, también denominada el Mauser Español, ya que fuimos sus principales propulsores a finales de siglo por las distintas guerras en las que nos encontrábamos inmersos.  Sin embargo, y a pesar de que el rifle tenia limadas todas las marcas de armero, por sus dimensiones, todo apunta a que se trata de un Mauser 1916 fabricado en Oviedo en 1939.  A pesar de que en los tiempos que corren, parece que tenemos que renegar de nuestra historia y olvidar nuestro pasado, esta arma seguramente esconde mil historias antes de pasar a manos de mi abuelo.

 

Posteriormente a su fabricación, seguramente a finales de los años 40, fue modificado por un armero, cambiando la culata por una versión en madera mas noble y “civilizada”, cambiando también la maneta del cerrojo por una curva y aligerada, los elementos de puntería, a un alza no regulable y un punto de mira sin orejeras.  En algún momento posterior, se le incorporaron unas bases Apel para montar un visor (yo lo recuerdo con un visor Zeiss).  El calibre se mantuvo en un 7×57 o también conocido como 7mm Mauser, muy adecuado para tiros hasta los 300 o incluso más metros y todavía muy empleado en la caza del corzo en Alemania, por ejemplo.

 

Con el rifle limpio, desmonté completamente el rifle de la culata, el cerrojo, la aguja percutora, en fin, casi pieza a pieza.  Lo primero que me sorprendió es el poco desgaste y la poca holgura que tenia a pesar de ser un “ochentón” y la relativa suavidad a pesar de tratarse de un arma de diseño militar.  Lo siguiente fue la limpieza a conciencia del cañón, primero pasando gamuzas para eliminar posible polvo y suciedad no adherida, y después con líquidos especiales para eliminar restos de plomo y cobre.  Curiosamente no estaba demasiado sucio, algunos restos de grasa endurecida y de pólvora quemada.

 

La siguiente complicación fue conseguir munición en estos tiempos en los que hay cierta escasez.  Además, buscaba munición no demasiado rápida ya que, al tratarse de un arma con 83 años, no quería someterla a altas presiones.  Con la munición y el rifle impoluto, me dirigí al campo de tiro para hacer las primeras pruebas con una diana a 50 metros.  Las miras abiertas del rifle tampoco permitían una buena precisión, así que hice una T invertida con cinta americana negra sobre una diana de fondo blanco y cargué la primera bala.  Curioso, al acerrojar el rifle con munición me resultaba mucho mas suave que al hacerlo sin munición, daba la sensación como si quisiera ser disparado después de tantos años encerrado en el amero.

El primer disparo en un arma de tantos años es una maniobra que hay que realizar con cierta cautela y preparación, habiendo siempre comprobado el cañón minuciosamente, el correcto acople y cierre del cerrojo, el correcto funcionamiento de la aguja y la sensibilidad del gatillo.  Reconozco que la emoción superaba la cautela ante este primer disparo.  Encaré el rifle encontrando rápidamente los elementos de puntería y puse el dedo en el gatillo.  Lo primero que noté es que el alza y punto de mira, efectivamente si tenían muchos años y había bastante espacio a ambos lados del punto de mira dentro de la “V” del alza.  El recorrido del gatillo es bastante largo y suave hasta que aparece la resistencia previa al punto de disparo.  El retroceso es moderado/bajo, la apertura del cerrojo también es fluida y sin resistencias, el casquillo es expulsado con poca fuerza.  Inmediatamente cargo de una en una, 4 balas en el cargador para realizar 4 disparos en secuencia.  Me sorprende la fluidez del cerrojo a pesar de que el modelo 1893 requiere una presión adicional al cerrar el cerrojo en su movimiento hacia adelante, lo que seguramente produce desalineamiento con el objetivo.  Tras la secuencia noto que el cañón se calienta mucho, no mas que otras armas, pero a diferencia de los rifles modernos, tarda bastante mas en enfriarse.  Pocas cosas se fabrican que duren tantos años y sigan funcionando como el primer día.

Vuelvo a casa con una sonrisa de oreja a oreja pensando en mi abuelo y en mi tío y que allá donde estén, me están mirando con una mezcla de orgullo y alegría porque el viejo Mauser siga tronando, 83 años después.

 

 

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