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Fueron 362. Ni uno más. 362 los trancos de Talibán desde el rezo hasta la suelta. Los conté uno a uno para intentar rebajar los nervios, sé que fueron esos.

La cuerda tiene amarrada a la niebla como un alano apresa un jabato. Y la niebla está dura y perezosa. El sol, aunque caliente, se comerá los bajos. Pero los altos hoy van a pegar tiritones. No podemos esperar. La paciencia para los que la tienen. Hemos de dar la orden.           

Se han colocado las posturas, la cuerda sigue con niebla. Mando vestir delantales y caracolas, todos listos, pero no se ve un pijo. Por la radio me instan a esperar. Voy camino de la suelta con mis pensamientos, a lo lejos el bullicio de los camiones. “Aguarda” me dice la cabeza… “Suelta esos perros” me reza el corazón.

Llegamos al alto desde donde ordenar que comience la fiesta. Talibán está inquieto porque, además, va su amiga Dinamita con un jinete que hoy entra en plaza con la montera en la mano. Hemos cruzado pocas palabras, quizá ninguna. Y es que los amigos que se entienden son aquellos que hablan sin abrir los labios. Y pese a que ando con mis miserias maldiciendo a los elementos porque nos están condicionando el día, veo a mi compadre un poco esquinado con sus sentimientos. No le pregunté. Lo que tiene que salir, sale siempre en el campo a golpe de mosquerazo.

Arribamos al hito desde donde dirigir la suelta. Aún no se ve, quiere verse, pero no se ve. Mi compañero me suelta:

 -Quiero pedirte un favor: comparte una oración conmigo, pues hoy es el aniversario de mi padre, y creo que no hay mejor sitio para honrarle.    

No hubo titubeo. Ni las espuelas me temblaron. Estamos hechos para acoger sin hipo a los sentimientos apresurados. Jinetes descubiertos, caballos cuadrados, mayestáticos, y un rezo de esos que sale del corazón.

Terminamos. Le di una palmada en la espalda. La niebla ya cede. Voy a soltar. Cojo la radio. Voy a dar la orden. Mi amigo, liberado levemente de su cautiverio, comparte en alto: mi padre hace hoy 362 días que está en la Gloria.

Quedé atónito. Le miré con esos ojos que no creen en las coincidencias. Era demasiado bueno para no ser verdad…

Y con un palmo más de euforia que un día cualquiera, con el corazón en un puño y con los perros comiéndose los camiones, se escuchó en la sierra extremeña el alarido más deseado en una mañana de otoño.

Porque nunca creí en las casualidades… Y los 362 trancos de Talibán eran los días que aquel buen hombre lleva en la armada de la gloria. Y Soltamos los perros por la memoria de José Juan de la moneda y Escavias de Carvajal.

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